La Desconfianza en la Ciencia

El 10 de Junio del 2016 Atul Wagande -cirujano, escritor e investigador en salud pública- se dirigió a la nueva promoción de graduados del California Institute of Technology con un discurso que tiene hoy más relevancia que nunca y que me he permitido traducir aquí.

Atul Wagande durante su discurso

Si preferís el original en inglés podéis ver el vídeo del discurso aquí y el original escrito en inglés aquí.

Dice lo siguiente: 

Si este lugar ha cumplido su misión -y sospecho que lo ha hecho- todos vosotros sois ahora científicos. Lo siento, filólogos e historiadores, incluso vosotros sois científicos. La ciencia no es una licenciatura o una carrera. Es un compromiso con una forma sistemática de pensar, una lealtad a una forma de construir conocimiento y explicar el universo a través de pruebas y observación fáctica. Lo cierto es que no es una forma normal de pensar. Es antinatural y contraintuitiva. Tiene que ser aprendida. La explicación científica contrasta con la sabiduría de la divinidad y la experiencia y el sentido común. El sentido común nos dijo en su momento que el sol se mueve a través del cielo y que los resfriados se producen por el frío. Pero una mente científica reconoció que estas intuiciones eran solo hipótesis. Que tenían que ser probadas. 

Cuando llegué a la universidad desde mi ciudad natal en Ohio, lo más desconcertante intelectualmente que descubrí fue cuántas suposiciones erróneas tenía acerca de cómo funciona el mundo -ya fuese el mundo natural o el mundo artificial. Miré a mis profesores y a mis compañeros buscando ideas que  reemplazaran esas suposiciones. Volví entonces a casa de mis padres con algunas de esas ideas para decirles todo aquello en lo que estaban equivocados (lo que les encantó). Pero, incluso en ese momento, solo estaba reemplazando un conjunto de creencias recibidas por otro conjunto. Me llevó mucho tiempo reconocer la mentalidad característica de los científicos. El gran físico Edwin Hubble, hablando en esta misma ceremonia en 1938, dijo que un científico tiene “un escepticismo sano, el juicio suspendido y una imaginación disciplinada”- no solo acerca de las ideas de los demás, sino de las propias. El científico tiene una mente experimental, no una mente litigante. 

Como estudiante, a mí esto me parecía más que una forma de pensar. Era una forma de ser- una extraña forma de ser. Se supone que debes tener escepticismo e imaginación, pero no demasiado. Se supone que no debes juzgar, pero debes ser juicioso. En última instancia, esperas observar el mundo con una mente abierta, recolectando datos y probando cómo encajan con tus predicciones y expectativas. A continuación debes decidir si afirmar o rechazar las ideas en cuestión. Pero lo haces aceptando que nada va estar nunca completamente establecido, que todo el conocimiento es tan solo conocimiento probable. Que siempre puede aparecer evidencia contradictoria. Hubble nos lo explicó mejor al afirmar “El científico explica el mundo a través de aproximaciones sucesivas”. 

La orientación científica ha probado ser tremendamente poderosa. Nos ha permitido casi doblar nuestra esperanza de vida durante el siglo pasado, aumentar la riqueza global y profundizar en nuestra comprensión de la naturaleza y el universo. Sin embargo, no siempre se confía en el conocimiento científico. En parte, esto ocurre porque es incompleto. Pero incluso cuando el conocimiento producido por la ciencia es abrumador,  a menudo la gente se resiste a aceptarlo y a veces se niega abiertamente. Hay muchos que siguen creyendo, por ejemplo  -a pesar de que hay una enorme cantidad de pruebas que dicen lo contrario- que las vacunas causan autismo (no lo hacen); que la gente está más segura si poseen armas (no lo están); que los cultivos de transgénicos son perjudiciales (en conjunto, han sido beneficiosos) o que el cambio climático no está ocurriendo (lo está). 

El miedo a las vacunas, por ejemplo, persiste a pesar de décadas mostrando que no tiene fundamento. Hace unos 25 años, un análisis estadístico sugirió una posible asociación entre el autismo y el timerosal, un conservante usado en vacunas para prevenir la contaminación bacteriana. El análisis resultó ser erróneo, pero los miedos arraigaron. Los científicos realizaron cientos de estudios y no encontraron conexión. Sin embargo, los miedos persistieron. Algunos países eliminaron el conservante pero no experimentaron reducción alguna en el número de casos de autismo -no obstante, los miedos crecieron. Un estudio británico alegó haber encontrado una conexión entre la aparición de 8 casos de niños autistas y el momento en el que recibieron la vacuna de sarampión, paperas y rubéola. El artículo fue rechazado porque se encontraron indicios de fraude: el autor principal había falsificado y malinterpretado los datos de los niños. Se intentaron reproducir los datos y no se consiguió. Sin embargo, las tasas de vacunación se hundieron, lo que condujo a que ahora se produzcan brotes de sarampión y paperas que, el año pasado- hicieron enfermar a decenas de miles de niños en Estados Unidos, Canadá y Europa, produciendo muertes como consecuencia. 

La gente tiene tendencia a resistir los reclamos científicos cuando contradicen sus creencias intuitivas. No ven que ya haya sarampión o paperas a su alrededor. Ven a niños autistas. Y ven a la madre que dice: “Mi niño estaba perfectamente sano hasta que recibió la vacuna y se volvió autista”. 

Ahora, puedes decirles que correlación no implica causalidad. Puedes decirles que los niños reciben vacunas cada dos ó tres meses durante los dos primeros años de vida, por lo que para muchos niños el comienzo de cualquier enfermedad va a seguir necesariamente algún episodio de vacunación. Puedes decirles que la ciencia no encuentra conexión. Pero una vez que la idea ha sido integrada y se ha generalizado, es muy difícil sacarla del cerebro de la gente- especialmente si no confían en las autoridades científicas. Y estamos experimentando un descenso significativo de confianza en las autoridades científicas.

El sociólogo Gordon Gauchat estudió los resultados de encuestas en Estados Unidos desde el año 1974 al 2010 y encontró algunas tendencias alarmantes. A pesar de que los niveles de educación han subido, la confianza del público en la comunidad científica ha ido bajando. Esto es particularmente cierto entre conservadores, incluso aquellos con un nivel educativo alto. En 1974, los conservadores con titulación universitaria tenían el mayor nivel de confianza en la ciencia y en la comunidad científica. Hoy, tienen el más bajo. 

Lo que tenemos hoy son diferentes bandos generando lo que Gauchat describe como sus propios dominios culturales, “generando su propias bases de conocimiento, que contradicen a menudo a las autoridades culturales de la comunidad científica”. Algunos de estos son grupos religiosos (desafiando la evolución, por ejemplo). Otros son sectores de industria (como con el escepticismo climático). Otros se acercan más a la izquierda ideológicamente (como aquellos que rechazan el sistema médico). Por diferentes que todos estos grupos puedan parecer, todos tienen algo en común. Todos ellos albergan creencias sagradas que no consideran que puedan ser cuestionadas. 

Para defender estas creencias, pocos rechazan la autoridad de la ciencia. Lo que rechazan es la autoridad de la comunidad científica. La gente no discute estos días apelando a una autoridad divina. Lo hacen reclamando que tienen una autoridad científica que es más cierta. Y esta situación puede ser tremendamente confusa. Ahora necesitamos ser capaces de reconocer entre los reclamos de la ciencia y los de las pseudociencias. 

Los defensores de la ciencia han identificado cinco tácticas distintivas de los pseudocientíficos. Los pseudocientíficos proclaman que el consenso científico surge de una conspiración para acallar opiniones discordantes. Producen falsos expertos, que tienen opiniones contrarias al conocimiento establecido y que no tienen una trayectoria científica fiable. Escogen exclusivamente datos y artículos que desafían la opinión dominante como medio para desacreditar a todo un campo. Usan analogías falsas y falacias lógicas. E imponen expectativas imposibles de cumplir en investigación: cuando la ciencia produce un nivel de certeza, los pseudocientíficos insisten en que se necesita el siguiente. 

Y no es que algunas de estas aproximaciones no produzcan argumentos válidos. Hay veces en las que una analogía es útil, veces en las que necesitamos niveles más altos de certeza. Pero cuando ves a la vez varias o todas estas características puedes estar seguro de que ya no estás tratando con un reclamo científico. La pseudociencia es la forma de la ciencia sin el contenido. 

El reto de qué hacer acerca de todo esto – cómo defender la ciencia cómo un método que es más válido a la hora de explicar el mundo- es algo que se ha estudiado desde la propia ciencia. Ha habido científicos que han realizado experimentos. En el 2011, dos investigadores australianos recopilaron muchos de los hallazgos en “The Debunking Handbook” (El Manual de Desacreditación”). Los resultados son aleccionadores. La evidencia indica que refutar la mala ciencia no funciona, de hecho, es normalmente contraproducente. Describir los hechos que contradicen una creencia acientífica de hecho propaga la familiaridad con la creencia y aumenta la convicción de los creyentes. Esa es simplemente la forma en la que funciona el cerebro; la desinformación se adhiere en parte porque se incorpora en el modelo mental que tienen las personas de cómo funciona el mundo. Eliminar la desinformación fracasa porque amenaza con dejar un doloroso hueco en el modelo mental, o una falta total de modelo

Entonces, ¿Qué deben hacer los creyentes de la ciencia? ¿Es el futuro una batalla interminable de reclamos beligerantes? No necesariamente. De los hallazgos también se deduce que hay evidencia que sugiere que podemos construir confianza en la ciencia. Puede que rebatir mala ciencia no sea efectivo, pero reivindicar los hechos verdaderos de la buena ciencia sí que lo es. E incluir la narrativa que los explica es incluso mejor. No te centres en los errores de los mitos acerca de las vacunas, por ejemplo. En cambio, puntualiza: vacunar a los niños ha probado ser mucho más seguro que no hacerlo. ¿Cómo lo sabemos? Porque hay una cantidad ingente de evidencia que lo demuestra, incluyendo el hecho de que hemos probado el experimento contrario. Entre 1989 y 1991, los niveles de vacunación en los barrios pobres de las ciudades de Estados Unidos bajó. El resultado fueron 55000 casos de sarampión y 123 muertes. 

Otra táctica importante es exponer las tácticas que la mala ciencia usa para confundir a la gente. La mala ciencia tiene patrones, y ayudar a la gente a reconocer esos patrones los ayuda a acercarse a creencias más científicas. Tener un entendimiento científico del mundo es fundamentalmente acerca de cómo juzgas qué información deberías confiar. No significa analizar la evidencia detrás de cada pregunta por uno mismo. No puedes. El conocimiento es demasiado grande y complejo para que cualquier persona, científico o no, sea capaz de dominar convincentemente más que algunas porciones del mismo.

Pocos científicos son capaces de explicar desde la misma base el fenómeno que estudian. Se basan en la información y en las técnicas que toman prestados de otros científicos. El conocimiento, y las virtudes de una orientación científica, viven mucho más en la comunidad que en el individuo. Cuando hablamos de “la comunidad científica” estamos apuntando algo fundamental: que la ciencia avanzada es una empresa social, caracterizada por una división compleja del trabajo cognitivo. Individualmente, los científicos -tanto como los charlatanes- pueden ser ilustremente cabezotas, excesivamente enamorados de sus teorías favoritas, despectivos con las nuevas evidencias y poco conscientes de su propia falibilidad (de ahí que Max Planck observara que la ciencia avanza de funeral en funeral). Pero como empresa comunitaria, es bellamente autocorrectiva. 

Lo que no es sin embargo, es bellamente organizada. Al mirarla de cerca, la comunidad científica – con todo su confuso proceso de revisión por pares, los artículos científicos mal escritos, las sutilmente despectivas cartas al director y los muy despectivos hilos en subreddit así como las pomposas declaraciones académicas- parece un vehículo destartalado para llevarnos a la verdad. Sin embargo, la mente de la colmena lleva a las abejas siempre hacia delante. Hoy en día avanzamos en casi cada ámbito del conocimiento -incluso en las humanidades, donde la neurociencia y la computarización están dando forma a nuestro conocimiento de temas que van desde el libre albedrío a cómo el arte o la literatura han evolucionado en el tiempo. 

Hoy, tú pasas a formar parte de la comunidad científica, presumiblemente la más poderosa empresa colectiva de la historia de la humanidad. Al hacerlo, también heredas un papel en explicarla y en ayudar a reclamar territorio de confianza, en un tiempo en el que ese territorio se ha estado contrayendo. En mi clínica y en mi trabajo en salud pública, me encuentro regularmente con gente que es profundamente escéptica acerca de algunos de los conocimientos más básicos de lo que los periodistas llamarían ciencia establecida (como si las demás fuesen algo parecido a la ciencia)- ya sean hechos acerca de fisiología, nutrición, enfermedades o medicina… por mencionar algunos. La duda aparece normalmente entre mis pacientes con más -no menos- nivel educativo. La educación expone a la gente a la ciencia, pero también tiene un efecto compensatorio, llevando a la gente a ser más individualista e ideológica. 

Sería un error pues el creer que la acreditación educativa que hoy recibes te da una autoridad especial sobre la verdad. Lo que has ganado es algo mucho más importante: un entendimiento de lo que la búsqueda real de la verdad es. No es un esfuerzo individual, sino que es un esfuerzo llevado a cabo por un grupo de personas -cuanto mayor mejor- persiguiendo ideas con curiosidad, indagación, apertura y disciplina. En otras palabras: como científicos. 

Incluso más que lo que piensas, cómo piensas importa. Nunca ha dependido más de que entendamos que esto es así, porque hoy no estamos batallando solo por lo que significa ser científicos. Estamos batallando por lo que significa ser ciudadanos.”

He escrito una guía de evaluación de información científica en internet que puedes descargarte aquí.

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